Cada vez que llueve con fuerza, la Ciudad de México se inunda. Esa es otra de las consecuencias que provoca la mala gestión del agua en una de las capitales más pobladas del mundo. La llegada de la temporada de lluvias durante el verano ayuda a recargar los acuíferos y a contrarrestar los estragos de la época de estiaje. Sin embargo, los problemas en el drenaje, el atasco de las alcantarillas y la excesiva construcción en los suelos provocan constantemente inundaciones. Ciudad de México, la capital que apenas tiene agua, se inunda en muchas de sus zonas causando daños a la salud, la propiedad y la infraestructura.
El pasado 17 de julio los alrededores del Aeropuerto Benito Juárez quedaron anegados y complicaron, aún más, el tránsito de viajeros en plenas vacaciones de verano. Algo que también vivieron los usuarios del Metrobús y el Mexibús en el paradero de Indios Verdes hace unos días. Cientos de coches quedaron varados sobre avenida Insurgentes a causa de las fuertes lluvias.
En una terrible paradoja, algunos de los barrios más afectados son también los más castigados por la falta de agua, como sucede en Iztapalapa o Venustiano Carranza, al oriente de la ciudad y geográficamente más bajas que el resto. El gasto por estas inundaciones asciende a cientos de millones de pesos cada año. “Al combatir el exceso de agua mediante su desalojo masivo hemos creado, paradójicamente, la existencia de su escasez”, dice Manuel Perló, urbanista de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Con este diagnóstico coincide Luis Zambrano, del Instituto de Biología de la UNAM: “Nunca desde la Colonia nos hemos dado cuenta de que vivimos en un lago y ese drenaje que provocamos para evitar inundarnos hace que nos quedemos sin agua”, afirma.